Cuando
nos enfundamos una casaca distinta al resto del equipo en el que militamos, ya
somos conscientes de la dificultad entrañada que se cierne sobre nosotros, y
además de vérsenos más que al resto llevando el colorido distinto, como por
arte de magia se nos otorga el privilegio de ser héroes o villanos en cuestión
de minutos.
Creo
que también al tener potestad para realizar ciertas cosas distintas al resto
del grupo, ya que por ejemplo se nos permite coger el balón con nuestras manos
dentro de los límites reglamentarios, acaparamos de esta manera envidias y
admiraciones a partes iguales, y sobre todo nos convertimos en el centro de
atención para lo bueno y lo malo.