Mi gratitud a mi compañero, colega y amigo Jon Pascua por hacerme partícipe de su página, en la cual aglutina experiencias de lo que supone estar en contacto directo con los porteros de fútbol.
Este pequeño recuerdo
se lo otorgo a un grande de la escritura además de periodista, el cual se ha
marchado al vestuario para descansar tras el partido que disputó, siendo la
duración del mismo unas 74 primaveras.
Y como cualquier
jugador exhausto detrás del esfuerzo realizado, finalizó toda aportación entre
los mortales con el último pitido escuchado a la conclusión de su vida.
Estoy seguro que se
llevó en la despedida tras concluir la jornada final, una sonrisa hondeada en
lo más alto del mástil, insertándose la satisfacción como escudo en su pecho,
mostrándoselo orgulloso al que quiera mirarlo.
Y es que para un
futbolero confeso de pro y con adicción sin remedio posible ante tal
espectáculo, el haberse sentido parte activa de dicho deporte fetiche, le otorgará
la sensación de ser homenajeado con su trofeo particular, llevando este como
reseña grabada en el mismo, las letras doradas del propio nombre.
Con un galardón bajo
el brazo entregado cuando llegue a no se donde, espero pueda percibir el clamor
popular de los que anduvieran por allí, o porque no pensarlo, de lo que
anduviera por allí, sabiéndose admirado por la adicción al balón y sus
jugadores, a los colores del equipo y lo que representaban estos en su fervor día
tras día.
Dicha reseña distintiva, reconfortante y mágica lo
tildarán como uno de los elegidos por lo celestial, indicando de esta manera un
hecho irrefutable, al convertirle en el emblema de los caracterizados por la
lealtad ante el fútbol.
El fue uno de esos
locos en este tinglado deportivo llamado fútbol, que fue capaz de percibir la chorretada
de emociones intensas y más apasionantes que se suceden en cada partido
disputado, con cada jugador protagonista y con cada anécdota deparada durante décadas
futbolísticas.
Sólo una persona que haya
disfrutado con este espectáculo, podría describirlo con unas letras así de
concisas y por supuesto tan atinadas:
́Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso
hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo. Yo quise ser
jugador de fútbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy
mal porque siempre fui un ¡pata dura! terrible. La pelota y yo nunca pudimos
entendernos, fue un caso de amor no correspondido. También era un desastre en
otro sentido: cuando los rivales hacían una linda jugada yo iba y los
felicitaba, lo cual es un pecado imperdonable para las reglas del fútbol
moderno.
Eduardo Galeano
Y también haré alusión
al sitio donde escribe tan hermosas palabras, su libro “EL
FÚTBOL A SOL Y SOMBRA”, un cobijo magnífico para las expresiones y
pensamientos de esta gran pluma que nos ha dejado, en las cuales expresa con
pelos y señales lo que supone el fútbol para los creyentes y no tan creyentes,
para las masas menos favorecidas y para los que lo son, y en general un
recorrido por todo lo que aglutina el mismo en las diferentes parcelas que
componen cada rincón del propio fútbol.
Lógicamente por alusión
a la profesión que tuve defendiendo los tres palos, y a la cual me enfrento al
día de hoy con los que intento adiestrar para ello, mencionaré un apartado de
dicho libro en el que nos incluye diciendo verdades a gran escala, y le doy si
cabe mayor importancia a lo descrito en sus textos, ya que estos no llegan
mencionando nuestra profesión por nadie que actúe de manera partidista, sino
todo lo contrario, por alguien que ve la realidad acontecida en muchas
ocasiones para nuestros porteros.
Y como ejemplo un
botón:
El
arquero También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o
guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso
de las bofetadas.
El
portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un
jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan,
abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el
equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de
pelotazos, expiando los pecados ajenos.
Con
una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y
entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena ala
desgracia eterna.
Sólo me quedará darte
mi humilde ¡HASTA PRONTO!, y sobre todo EL MÁS SINCERO AGRADECIMIENTO por lo
dedicado a nosotros, y por supuesto por lo que aportaste a nuestro deporte:
El orgullo de
sentirse futbolero por los cuatro costados, y enriquecer a todo el que
atendiera tus palabras emitidas hacia nuestra adicción…
Me
gustaría comenzar dedicando estas líneas además de a todo aquel que se quede
leyéndolas, cosa que no es poco la verdad, a esos PRIMERIZOS en la profesión de entrenar porteros, y también a
aquellos que ni tan siquiera iniciaron su aventura en tan noble oficio del cual
me enorgullezco en representar, estando estos últimos con la inquietud de
probar fortuna en el mismo.
En
el momento que nos aventuramos a entrar sin pudor en este CÍRCULO MARAVILLOSO de adiestrar guardametas, sabemos la cantidad
de dificultades de todo tipo que nos podemos encontrar por el camino, pero la
pasión que inunda nuestro objetivo es de una magnitud tal, que para cualquiera
que no esté identificado con la profesión haría de nosotros sin lugar a duda,
los referentes de la gente POCO CUERDA.
Cuando uno llega a tener un recorrido más o menos amplio en las
labores desempeñadas como entrenador de porteros, y también por qué no
decirlo, como jugador que fui en otros tiempos, le llegan a su mente
además de las innumerables batallitas que podría estar narrando de
manera continuada, un dosier de frases y momentos padecidos, los cuales
impactan de la manera más dolorosa posible contra mis pensamientos hacia
la demarcación específica que trato, y que por supuesto tanto me
preocupa.